CAPÍTULO 21 : BDSM E INMADUREZ MENTAL

CAPÍTULO 21 : BDSM E INMADUREZ MENTAL
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CAPÍTULO 19 : BDSM Y SALUD MENTAL - WIKIBDSM - #LaEscuelaDeBDSM
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CAPÍTULO 21 : BDSM E INMADUREZ MENTAL

Vivimos una época en la que cualquiera cree estar preparado para formar parte del BDSM simplemente porque lo ha visto en redes sociales, en un vídeo o porque alguien le ha dicho que es “divertido”. Especialmente en las generaciones nacidas a partir de los 2000, se detecta un patrón común: la falta de madurez, la ausencia de respeto por las normas y la necesidad constante de exhibirse. Esto no significa que toda una generación esté perdida ni que no existan jóvenes responsables y formados —sería absurdo afirmarlo—, pero sí es evidente que la mayoría de quienes se acercan hoy a esta cultura lo hacen con una ligereza alarmante.

El problema no es solo su inmadurez, sino las consecuencias que esta trae: prácticas pedidas sin conocimiento, dinámicas asumidas sin consentimiento real, exhibicionismo vacío que convierte el BDSM en un espectáculo y, lo más grave, la apertura de puertas a abusadores y maltratadores que saben cómo aprovechar esa vulnerabilidad. La falta de preparación no es un juego: es un riesgo real que pone en peligro a quienes se dejan arrastrar por la moda, la inmediatez y la fantasía de poder sin responsabilidad.

El BDSM, en sus raíces, siempre se ha entendido como una cultura que exige respeto, responsabilidad y discreción. Generaciones anteriores, aunque no exentas de errores, comprendían la importancia de aprender de forma gradual, de escuchar a quienes tenían más experiencia y de mantener una privacidad que protegiera tanto a las personas como a la propia comunidad. Se trataba de un camino de descubrimiento que no se recorría a la ligera, sino con la convicción de que la seguridad y la confianza eran pilares irrenunciables.

En contraste, gran parte de quienes han nacido en los 2000 en adelante se aproximan al BDSM desde la inmediatez propia de la era digital: lo quieren todo rápido, visible y sin normas. Este cambio de mentalidad no surge del vacío, sino de un contexto social marcado por la cultura de la exhibición, el consumo de estímulos constantes y la falsa sensación de que todo puede improvisarse sin preparación.

No se trata de demonizar a toda una generación, porque existen jóvenes serios, responsables y comprometidos con los principios del BDSM. Sin embargo, es innegable que hoy predomina una tendencia preocupante: el rechazo a las normas, el desprecio por la experiencia ajena y la trivialización de una práctica que requiere madurez. El contraste es evidente y las consecuencias de esa falta de respeto por la tradición de esta cultura son cada vez más visibles.

El BDSM no es un espacio de anarquía disfrazada de libertad, sino una cultura que se sostiene sobre normas y protocolos que garantizan la seguridad, el respeto y la integridad de quienes participan. Conceptos como el consentimiento explícito, los límites claros, las palabras de seguridad o los acuerdos previos no son caprichos, sino cimientos sin los cuales toda práctica se convierte en un riesgo inaceptable. Sin embargo, cada vez resulta más habitual ver cómo parte de la generación más joven rechaza estas estructuras, alegando que “rompen la espontaneidad” o que “cada uno debería hacer lo que quiera”. Esa actitud no solo demuestra desconocimiento, sino también una peligrosa inmadurez que desvirtúa el verdadero sentido del BDSM.

Cuando no existen normas ni protocolos, lo que queda no es libertad, sino descontrol. Se confunde la improvisación con la autenticidad, y el resultado son dinámicas carentes de seguridad en las que cualquiera puede imponer su voluntad sin respetar al otro. Esta ausencia de límites abre la puerta a abusos disfrazados de dominación, a prácticas inseguras asumidas sin preparación y a situaciones en las que el consentimiento deja de ser real porque la persona no entiende qué está aceptando.

La paradoja es que quienes rechazan las normas suelen ser los primeros en reclamar ayuda cuando la situación se les escapa de las manos. El problema no está en que falten advertencias, sino en que se ignoran deliberadamente. El BDSM siempre ha tenido espacio para la creatividad y la libertad, pero nunca para la irresponsabilidad. Sin normas y sin protocolos, no estamos hablando de BDSM, sino de una caricatura peligrosa que banaliza y deslegitima todo lo que esta cultura representa.

Uno de los síntomas más visibles de la falta de madurez dentro del BDSM actual es el exhibicionismo desmedido. Plataformas como TikTok, Instagram o Twitter se han convertido en escaparates donde se muestran prácticas y dinámicas sin contexto, sin formación y, en la mayoría de los casos, sin responsabilidad. Lo que antes se compartía en entornos privados y con un objetivo educativo, hoy se difunde como un espectáculo destinado a ganar seguidores, likes o reconocimiento superficial. Esta exposición constante trivializa el BDSM, lo reduce a una pose estética y lo presenta como un entretenimiento vacío, despojándolo de su verdadero significado cultural y personal.

El problema de este exhibicionismo no es únicamente la banalización, sino también la falta de comprensión de los riesgos que conlleva. Publicar prácticas íntimas sin explicar los protocolos de seguridad transmite un mensaje distorsionado: que el BDSM es algo improvisado, accesible para cualquiera sin preparación previa. Esto genera una peligrosa imitación por parte de personas inexpertas que reproducen lo que ven sin conocer los límites físicos y emocionales que deberían protegerlas.

Además, esta exhibición constante convierte el BDSM en un producto de consumo rápido, alineado con la lógica de la inmediatez digital. Lo que debería ser un espacio de confianza y respeto mutuo se transforma en un escaparate público donde el valor no se mide en calidad de la experiencia, sino en la cantidad de visualizaciones. En ese proceso se pierde el componente de intimidad, complicidad y discreción que siempre han sido esenciales en la cultura BDSM.

El exhibicionismo, lejos de fortalecer la comunidad, la expone a la incomprensión social, a los prejuicios externos y, lo más grave, a la entrada de abusadores que se aprovechan de esta visibilidad para captar a personas vulnerables. Mostrar no siempre es educar, y la diferencia debería quedar clara.

La inmadurez y la falta de conocimiento en torno al BDSM generan un terreno fértil para que abusadores y maltratadores encuentren una vía de entrada. Cuando una persona se expone sin preparación, sin límites claros y sin comprensión real de lo que implica una dinámica de poder, se convierte en un objetivo fácil para quienes buscan aprovecharse de esa vulnerabilidad. No hablamos de un riesgo teórico: es una realidad que se repite con demasiada frecuencia en la comunidad, y que deja tras de sí víctimas que confunden abuso con dominación, manipulación con liderazgo y violencia con práctica consensuada.

El abusador no necesita esforzarse demasiado. Le basta con presentarse como alguien con “experiencia”, imponer sus reglas bajo la apariencia de autoridad y aprovechar la falta de educación de la otra persona para moldear la dinámica a su conveniencia. En estos casos, el consentimiento deja de ser válido porque no se construye desde la información ni desde la libertad, sino desde la manipulación. El resultado son relaciones tóxicas disfrazadas de BDSM, donde la parte vulnerable pierde autonomía y se somete no por deseo, sino por presión o engaño.

El peligro aumenta cuando la exposición en redes sociales muestra a personas jóvenes pidiendo prácticas extremas sin tener idea de los riesgos. Estos mensajes funcionan como un imán para perfiles abusivos, que saben identificar y captar a quienes buscan validación o reconocimiento a cualquier precio. Lo que para la víctima comienza como una “aventura” termina, en muchos casos, en experiencias traumáticas que dañan tanto a nivel físico como psicológico.

La comunidad BDSM no puede mirar hacia otro lado ante esta realidad. La falta de madurez no solo pone en riesgo a quienes se inician, sino que fortalece a los abusadores que encuentran en esta vulnerabilidad la excusa perfecta para justificar su maltrato.

Uno de los fenómenos más preocupantes en la cultura BDSM actual es la tendencia a buscar prácticas extremas sin tener la preparación adecuada. Jóvenes que apenas están dando sus primeros pasos en este mundo piden ser atados de manera compleja, sometidos a castigos intensos o involucrados en dinámicas de riesgo físico y psicológico sin saber realmente qué implican. Se confunde el deseo de experimentar con la falsa creencia de que el BDSM consiste en llegar siempre “un poco más lejos”, cuando en realidad la práctica responsable exige conocer los límites, respetarlos y avanzar de forma progresiva.

El problema se agrava por la influencia de la pornografía y las redes sociales, que presentan una visión distorsionada del BDSM. Muchas de las escenas que se consumen como entretenimiento no muestran la preparación, los protocolos ni las medidas de seguridad que hay detrás. Para quien observa desde fuera, todo parece sencillo, inmediato y sin consecuencias. Esta ilusión lleva a pedir prácticas que superan con creces la capacidad física, emocional y psicológica de quienes apenas empiezan a explorar, creando situaciones de riesgo innecesario.

La búsqueda compulsiva de lo extremo no solo pone en peligro la integridad de la persona, sino que además vacía de sentido a la práctica en sí. El BDSM deja de ser un espacio de confianza, respeto y crecimiento personal para convertirse en un espectáculo de resistencia o dolor sin propósito. No hay aprendizaje ni vínculo, solo la obsesión por superar un límite tras otro, hasta que el cuerpo o la mente dicen basta.

El fetichismo del riesgo sin conocimiento no es una muestra de valentía, sino de irresponsabilidad. Pretender saltarse el proceso de aprendizaje y las bases de seguridad no convierte a nadie en más experimentado: solo aumenta las probabilidades de terminar dañado, física o emocionalmente.

El BDSM siempre ha estado sostenido por valores que no son negociables: el consentimiento informado, la comunicación clara, el respeto mutuo y la responsabilidad compartida. Estos principios son los que diferencian a la cultura BDSM de la violencia, el abuso o el simple descontrol. Sin embargo, cada vez resulta más evidente que una parte de las nuevas generaciones que se acercan a este mundo ignoran, o directamente desprecian, estos fundamentos. Para ellas, el BDSM no es más que una etiqueta llamativa, un juego estético o una moda que se consume y se desecha como cualquier otro producto.

Cuando se pierden estos valores, lo que queda ya no es BDSM, sino una caricatura peligrosa. Un “juego” en el que el consentimiento se da por supuesto, donde los límites se consideran un obstáculo y donde la comunicación se reemplaza por la improvisación. Se construyen relaciones desequilibradas, basadas en caprichos momentáneos y no en acuerdos sólidos. El resultado es una práctica vacía que no aporta crecimiento, confianza ni satisfacción real, sino frustración, daño emocional y, en muchos casos, situaciones de abuso normalizadas bajo la excusa de que “así es el BDSM”.

El riesgo de esta pérdida de valores no se limita a quienes participan de manera irresponsable. También afecta a la imagen global de la comunidad BDSM. Cada vez que se muestra una dinámica sin respeto, sin consentimiento real o sin cuidado mutuo, se refuerzan los prejuicios sociales que asocian el BDSM con maltrato o perversión. En lugar de educar, se transmite un mensaje equivocado que erosiona años de esfuerzo por visibilizar esta cultura de forma digna y responsable.

Sin valores fundamentales, el BDSM deja de ser un espacio de libertad consciente y se convierte en un terreno caótico donde cualquiera puede justificar el abuso bajo el disfraz del “juego de roles”.

La comunidad BDSM siempre ha tenido, al menos en teoría, un compromiso con la educación y la transmisión de conocimientos. Durante años, la figura del tutor o tutora, así como los espacios de formación, encuentros y debates, han servido para guiar a quienes se iniciaban, ofreciendo un marco de seguridad y referencia. Sin embargo, en la actualidad, este papel se está diluyendo, en parte por la falta de interés de muchos novatos en escuchar y aprender, y en parte por el cansancio de los más veteranos ante la falta de receptividad. El resultado es una brecha generacional en la que la educación se percibe como una imposición innecesaria, cuando en realidad es la única vía para practicar BDSM de manera segura y responsable.

La comunidad no puede limitarse a observar cómo la desinformación y la irresponsabilidad ganan terreno. Si se pretende preservar los valores fundamentales del BDSM, es imprescindible reforzar los espacios de enseñanza, recuperar el valor de la experiencia y dejar claro que la libertad dentro de esta cultura no significa ausencia de normas. La educación, en este contexto, no es opcional: es la herramienta que marca la diferencia entre una práctica consensuada y un abuso disfrazado de juego.

Por otro lado, quienes cuentan con más experiencia deben asumir también su parte de responsabilidad. La transmisión del conocimiento no puede quedar relegada por comodidad o por miedo a la incomprensión. Es cierto que educar a quienes no quieren escuchar resulta frustrante, pero rendirse solo favorece a quienes distorsionan esta cultura. El BDSM no puede sostenerse sin un esfuerzo colectivo que ponga en primer plano la formación y el respeto a sus principios. De lo contrario, lo que quedará no será una comunidad, sino un espacio fragmentado donde cada cual actúa según su capricho, con las consecuencias que ello implica.

El BDSM no es una moda ni un pasatiempo que pueda consumirse como un producto de entretenimiento. Es una cultura que exige compromiso, responsabilidad y madurez. Sin estos elementos, lo que queda no es BDSM, sino un simulacro que banaliza sus valores y expone a sus participantes a daños físicos, emocionales y sociales. La tendencia creciente entre las nuevas generaciones a rechazar normas, exhibirse sin medida y pedir prácticas extremas sin preparación no puede ser ignorada: es un problema real que afecta tanto a quienes se inician como a la imagen de la comunidad en su conjunto.

No se trata de generalizar ni de condenar a toda una generación, porque hay jóvenes responsables y serios que entienden lo que implica formar parte de esta cultura. Sin embargo, es innegable que el patrón predominante refleja una falta de madurez preocupante. Esa inmadurez no solo pone en riesgo a quienes la practican, sino que también abre la puerta a abusadores que encuentran en esta vulnerabilidad el terreno perfecto para imponerse.

La conclusión es clara: el BDSM no puede ni debe adaptarse a la ligereza de quienes se acercan sin respeto ni preparación. Son las personas las que deben adaptarse a los valores fundamentales de esta cultura, y no al revés. El consentimiento, la comunicación, el respeto y la responsabilidad no son negociables. Sin ellos, no hay BDSM, solo una distorsión peligrosa que traiciona todo lo que esta práctica representa.

El futuro de la comunidad dependerá de si se logra recuperar la seriedad, la educación y la ética que la han sostenido durante décadas. De lo contrario, lo que quedará no será una cultura, sino una caricatura en la que el abuso y la irresponsabilidad se confunden con libertad.


Que quede claro: ver a jóvenes entrar al BDSM sin educación, sin respeto y sin límites me parece un espectáculo lamentable y peligroso. No es valentía, no es rebeldía; es ignorancia pura disfrazada de modernidad. Exhibirse en redes sociales como si el BDSM fuera un juego de disfraces demuestra una falta de respeto total hacia quienes hemos construido esta cultura con esfuerzo, paciencia y años de experiencia.

La irresponsabilidad que predomina entre quienes creen que todo vale me pone los pelos de punta. Pedir prácticas extremas sin saber lo que significan, saltarse las normas y el consenso, y luego llorar cuando aparecen consecuencias… eso no tiene perdón. No hay nada de romántico ni de emocionante en exponer tu cuerpo y tu mente a abusadores solo por la moda o la inmediatez digital.

La comunidad BDSM se está jugando su credibilidad y su seguridad, y muchos parecen incapaces de entenderlo. Si no hay respeto, si no hay formación, si no hay responsabilidad, no hay BDSM: solo un circo donde los incautos pagan el precio y los abusadores ríen. Y sí, lo digo sin miedo: quien entra en esta cultura sin saber lo que hace está jugando con fuego, y tarde o temprano se va a quemar. La seriedad, la ética y la madurez no son opcionales; son el mínimo exigible para no convertir una práctica respetable en un desastre absoluto.

En #LaEscuelaDeBDSM, me enorgullece ofrecer un espacio de aprendizaje y reflexión completamente independiente. Mi labor no se financia mediante clases de pago ni cuento con patrocinadores que respalden mis actividades. La única fuente de apoyo económico proviene de la venta de los libros de la Saga MyA, disponibles en sagamya.laescueladebdsm.com. Estos libros, escritos con dedicación buscan educar, inspirar y entretener, enseñando los distintos tipos de relaciones: abiertas, poliamorosas, BDSM y cuck, además de las normativas.

Cada ejemplar de la Saga MyA comprado en mi tienda incluye algo muy especial: una firma manuscrita y una dedicatoria personalizada de mi parte, reflejo de mi compromiso por mantener una conexión cercana y auténtica con quienes me apoyan. Al adquirir uno de estos libros, no solo estarás disfrutando de una historia envolvente, sino también apoyando una iniciativa educativa única que busca desmitificar el BDSM y promover una práctica ética y consensuada. Tu contribución es vital para que pueda seguir llevando adelante esta misión.

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Recuerda que yo no soy ningún Maestro ni Tutor, solo soy una persona que expresa su experiencia y conocimientos dentro de nuestra cultura.

Vive el BDSM con RESPETO y HUMILDAD.

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