
LA INTOLERANCIA TOLERANTE QUE NO TOLERA
¿Sabes qué es lo último en moda ideológica? Ser tan tolerante que no toleras a quien piensa diferente. Una maravilla posmoderna que permite juzgar desde el pedestal de la virtud, cancelar con sonrisa inclusiva y censurar en nombre del respeto. Porque, claro, tolerar lo que no encaja en tu burbuja de lo “aceptable” sería ya pedir demasiado. La libertad de expresión está bien… siempre que no la uses para decir algo incómodo.
Vivimos en una era que se autoproclama diversa, inclusiva y respetuosa con todas las identidades, preferencias y formas de vida. Pero a la hora de la verdad, prácticas como el BDSM, la educación sexual sin eufemismos o los discursos que no se ajustan al guion oficial, siguen siendo silenciados, atacados o ridiculizados. En esta paradoja disfrazada de progreso, lo “distinto” solo es bienvenido si resulta cómodo, domesticado y políticamente correcto. Y ahí es donde muchas voces, como la mía, empiezan a incomodar.
La paradoja de la tolerancia: cuando los tolerantes sacan la guillotina
¿La paradoja de la tolerancia? No, no hace falta leer a Popper para entenderla. Basta con abrir redes sociales o asistir a cualquier charla donde se presuma de inclusividad. En cuanto alguien disiente o lanza una opinión fuera del menú del día, los mismos que ondeaban la bandera del respeto te echan a los lobos. No hay debate, no hay diálogo. Hay exterminio simbólico. Te silencian, te ridiculizan y si pueden, te expulsan. Pero con carita de paz y amor, eso sí.
Durante años se nos ha vendido la idea de que una sociedad avanzada es aquella que permite la expresión libre de las ideas, incluso de aquellas que incomodan. Sin embargo, esa teoría se va por el retrete en cuanto una opinión roza el nervio de lo políticamente correcto. No importa si hablas desde el conocimiento, la experiencia o el respeto: si no encajas, estorbas.
Y lo más absurdo —y peligroso— es que esa nueva inquisición ya no viene de sectores ultraconservadores, sino de quienes se dicen progresistas, abiertos y defensores de todas las libertades. Libertades… siempre que no se hable de BDSM, de sexualidad adulta sin adornos, o de prácticas que desafíen su visión normativizada del placer y la relación. Todo lo que les saca de su zona de confort es catalogado como “peligroso”, “perjudicial” o “innecesario”.
A estos nuevos moralistas no les interesa la verdad, ni el consenso, ni la diversidad real. Les interesa imponer una narrativa única, a golpe de “cancelación” y condescendencia disfrazada de virtud. Y si tienes la osadía de pensar por ti mismo, prepárate: no te caerá un argumento, te caerá una avalancha de etiquetas. Machista, pervertido, tóxico, peligroso. No importa lo que digas, importa que lo dijiste tú.
Educación sexual y BDSM: toleran de todo, menos que les hables con claridad
Dicen que luchan por una educación sexual integral, inclusiva y abierta. Pero en cuanto hablas de sexo real, de cuerpos con deseo, de consentimiento sin azúcar, o mencionas palabras como “sumisión”, “sadomasoquismo” o “orgasmo mental”, se ponen pálidos como curas en una orgía. Quieren que hables de sexualidad… pero sin sexualidad. Que informes, pero sin incomodar. Que eduques, pero en bajito, no sea que alguien se dé cuenta de que el sexo también puede ser intenso, sucio, transgresor y profundamente humano.
En los entornos que se venden como “seguros” e “inclusivos”, el BDSM sigue siendo tratado como un bicho raro, como una perversión de la que mejor no hablar. Y si lo haces, prepárate para el sermón: que si estás fomentando la violencia, que si eso no es sano, que si estás confundiendo a la gente. ¿Confundiendo? ¿A quién? ¿A las mentes perezosas que no toleran un discurso que no entienden porque nunca se han atrevido a pensar fuera del molde?
La educación sexual, si no incluye las prácticas no convencionales, es una estafa. Y aún más si se limita a repetir mantras de igualdad y diversidad pero censura, ignora o criminaliza todo lo que no encaja en su idea domesticada del placer. En lugar de abrir la puerta a que las personas exploren su sexualidad de forma libre, segura y consensuada, prefieren un discurso aséptico, estéril, cómodo… y profundamente hipócrita.
¿Y qué pasa cuando aparece alguien —como quien escribe— a hablar con claridad? Te acusan de provocar, de ser peligroso, de sexualizar lo que no se debe sexualizar. Como si el problema fuese hablar de sexo y no el analfabetismo emocional y erótico que nos han inculcado durante generaciones. No, no molesta lo que decimos. Molesta que lo digamos en voz alta, con firmeza y sin pedir perdón.
Censura, redes sociales y la tiranía de los ofendiditos
“Queremos educar, pero sin hablar de sexo, por favor”. Así, con esa delicadeza absurda que raya en lo cómico. Como si se pudiera enseñar a nadar sin mojarse, o hablar de libertad sin tocar los barrotes. Las redes sociales están llenas de hashtags coloridos y campañas inclusivas, pero en cuanto nombras el placer, el BDSM o un cuerpo que no entra en el molde de catálogo, la guillotina digital cae sin piedad. ¿Educación sexual? Sí, pero desinfectada, domesticada y para todos los públicos. Una pornoemocional Disney que no moleste a nadie. Y mucho menos al algoritmo.
Instagram borra publicaciones educativas por mostrar una cuerda atada en una muñeca —aunque no haya sexo, ni desnudez, ni violencia—, mientras permite vídeos donde adolescentes bailan en tanga para el algoritmo. TikTok bloquea cuentas por decir “consentimiento” en contextos de BDSM, pero aplaude bailes sexualizados siempre que no incluyan palabras incómodas. Facebook ni se molesta: una foto en la que hables de kink, aunque sea con una cita de un libro académico, ya es motivo suficiente para desactivarte la cuenta.
Y luego están los cruzados de lo correcto. Esos que, sin haber leído una línea de lo que has escrito, se dedican a denunciarte por “contenido inapropiado”, “violento”, “machista” o “perverso”. Gente que nunca ha pisado un taller de educación sexual, pero que se sienten con derecho a decirte que lo tuyo “no aporta”, “no educa”, o “no es necesario”. Porque claro, hablar del consentimiento explícito, del autocuidado emocional y de los límites en el BDSM… eso no cuenta como educación, ¿verdad?
La censura moderna no necesita inquisidores ni hogueras. Solo necesita un botón de denuncia y una legión de ofendidos profesionales. No importa si tienes años de experiencia, si ofreces recursos gratuitos, si aportas claridad en medio del ruido. Si tu contenido remueve, si saca a la gente de su zona cómoda, si no encaja en la narrativa pasteurizada de los “espacios seguros”, entonces eres el enemigo. Y como buen enemigo, deben callarte. Porque hoy, la inclusión no se mide por el respeto mutuo, sino por el número de filtros que usas para no incomodar a nadie.
Reivindicación del BDSM como parte de la diversidad real
Lo siento, pero alguien tenía que decirlo: si tu discurso sobre diversidad sexual excluye al BDSM, no es un discurso inclusivo. Es una lista de lo que a ti te parece aceptable. Y eso no es diversidad, eso es censura selectiva con purpurina. El BDSM no es violencia, ni abuso, ni desvío mental. Es una forma legítima de vivir el deseo, el poder, la entrega y el placer. Y por mucho que algunos intenten meterlo debajo de la alfombra, aquí estamos. Más visibles, más formados, y más cabreados que nunca.
Durante décadas se ha patologizado el BDSM, tratándolo como una desviación, una enfermedad o una consecuencia de traumas no resueltos. Y aunque los estudios, la ciencia y la práctica consensuada hayan desmontado ese mito una y otra vez, el estigma persiste. Porque aceptar que alguien pueda encontrar placer en el dolor, gozo en la entrega, o libertad en la obediencia, es demasiado complejo para quienes ven el sexo como una función mecánica y emocionalmente plana.
La verdadera inclusión no se limita a aceptar lo que entiendes. Se trata de respetar también lo que no compartes. Y si hablamos de respeto, el BDSM —cuando se practica de forma consciente— tiene más ética, más comunicación y más consentimiento que muchas relaciones monógamas normativas que se disfrazan de amor mientras se alimentan de chantajes emocionales, celos y control pasivo-agresivo.
¿Dónde queda el respeto mutuo cuando se niega nuestra existencia? ¿Dónde queda la libertad cuando se margina todo lo que escapa del guion heteronormativo vainilla? El BDSM es una manifestación rica, profunda y honesta de la sexualidad humana. No somos monstruos. No somos enfermos. No somos peligrosos. Somos parte de esa diversidad que tantas bocas llenan… pero que tan pocas manos se atreven a tocar.
Cierre con fuego: no pedimos permiso
No estamos pidiendo permiso para existir. No necesitamos la aprobación de nadie para vivir nuestras prácticas, nuestros cuerpos y nuestras relaciones como nos da la gana. Lo que exigimos —sí, exigimos— es que se respete lo que tanto se pregona con la boca pequeña: la libertad. Pero no la libertad decorativa, esa que se reparte entre aplausos mientras nadie se salga del tiesto. Hablamos de la libertad de verdad. La incómoda. La que desafía. La que incomoda a los que solo aceptan lo que entienden.
El BDSM, la educación sexual sin filtros, las prácticas que no encajan en el molde… todo eso también forma parte del derecho a ser. Si tú puedes amar a quien quieras, vestirte como quieras, llamarte como quieras… ¿por qué nosotros no podemos atar, azotar, dominar o entregarnos como consensuadamente queramos? ¿Dónde está la línea que separa tu libertad de la mía? ¿Y por qué crees que la tuya vale más?
La supuesta tolerancia que nos rodea se cae a pedazos en cuanto alguien decide vivir su sexualidad con consciencia, con intensidad y sin pedir permiso. No somos el problema: somos el espejo. El que refleja la rigidez moral, el doble rasero y el miedo brutal que aún arrastra esta sociedad frente al deseo libre y real. Si te molesta lo que hacemos, revísate. Porque mientras tú gritas libertad, nosotros la practicamos. Y con todas sus consecuencias.
Así que no: no vamos a agachar la cabeza, ni a pedir disculpas por ser quienes somos. Vamos a seguir hablando, escribiendo, educando y viviendo. Aunque les moleste. Sobre todo si les molesta.
🩸 Opinión de Amo Diablillo
Estoy harto. Harto de ver cómo se llenan la boca hablando de diversidad, mientras nos señalan como si fuésemos el cáncer de la sociedad. Harto de la inclusión de escaparate, del arcoíris limitado, del feminismo de pancarta que censura la sexualidad libre si no pasa por su filtro moral. Harto de que se nos trate como enfermos, como peligrosos o como gente que hay que “corregir” porque no encajamos en la sexualidad aceptable, domesticada y decorativa que quieren imponer.
Yo no voy a callarme. No lo he hecho en años y no voy a empezar ahora. Porque mi voz, como la de tantas personas dentro del BDSM, no nace del capricho ni del morbo fácil: nace del conocimiento, del respeto, del consentimiento, de la conciencia de quienes somos y de lo que queremos. Y si eso molesta, perfecto. Que moleste. No he venido a ser cómodo. He venido a remover, a confrontar y a decir alto lo que tantos piensan en silencio.
La verdadera revolución no está en repetir lo que esperan oír. Está en decir lo que nadie quiere escuchar. Y yo, Amo Diablillo, estoy aquí para eso.
Apoyo a #LaEscuelaDeBDSM y mi compromiso con la educación.
En #LaEscuelaDeBDSM, me enorgullece ofrecer un espacio de aprendizaje y reflexión completamente independiente. Mi labor no se financia mediante clases de pago ni cuento con patrocinadores que respalden mis actividades. La única fuente de apoyo económico proviene de la venta de los libros de la Saga MyA, disponibles en sagamya.laescueladebdsm.com . Estos libros, escritos con dedicación y basados en experiencias reales, buscan educar, inspirar y entretener tanto a personas novicias como a quienes ya forman parte de la comunidad BDSM.
Cada ejemplar de la Saga MyA comprado incluye algo muy especial: una firma manuscrita y una dedicatoria personalizada de mi parte, reflejo de mi compromiso por mantener una conexión cercana y auténtica con quienes me apoyan. Al adquirir uno de estos libros, no solo estarás disfrutando de una historia envolvente, sino también apoyando una iniciativa educativa única que busca desmitificar el BDSM y promover una práctica ética y consensuada. Tu contribución es vital para que pueda seguir llevando adelante esta misión.
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Y como siempre digo: me despido por hoy de todos/as vosotros/as con la intención de vernos en redes sociales, chats, foros, y que hablemos de BDSM siempre que sea posible.
Como siempre os digo, mis queridos alumnos, yo no soy un Maestro ni un Tutor, solo expongo mi experiencia, mis conocimientos adquiridos y adquirentes, para que todos podamos aprender.
Vive el BDSM con RESPETO y HUMILDAD.
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